La importancia del movimiento libre para tu bebé

Seguramente habrás leído en foros de maternidad, comentado con tu pediatra u otros padres, sobre el “movimiento libre y la actividad autónoma”. Pero, ¿en qué consiste realmente y en qué beneficia a tu bebé? ¿Qué papel desempeña el adulto?

¿En qué consiste el movimiento libre y la actividad autónoma de los bebés?

El movimiento libre consiste en permitir que el bebé se mueva libremente y sin intervención de los adultos, por lo que se da de manera espontánea y autónoma, es decir, cuando el bebé está fisiológicamente preparado para ello.

Dicho movimiento espontáneo se produce gracias a que al infante se le ha permitido conocerse a sí mismo/a y a su entorno, se le ha permitido tomar decisiones propias al respecto y se le ha animado a tener la confianza suficiente en sí mismo como para hacerlo.

La única posición en la que nosotros los adultos colocaremos al bebé es la de tumbado boca arriba; a partir de ahí, no se le colocará de ninguna manera a la que no haya llegado por su cuenta.

Tampoco le animaremos o exigiremos a realizar ningún movimiento o posición, sino que los hará cuando se sienta preparado, y por cuenta propia. En nuestras manos está tener siempre presente que el desarrollo psicomotor del ser humano es un proceso madurativo, que no necesita ser enseñado, siempre y cuando se respete el ritmo del bebé.

Monpetit - Tienda de ropa para bebés

¿De dónde nace esta corriente pedagógica?

Pues nada más y nada menos que de la mano de una pediatra húngara de principios de siglo XX, llamada Emmi Pikler, quien dirigió un orfanato en Budapest. Pikler se centró en investigar el desarrollo de la motricidad porque quería evitar que los niños y niñas criados en su institución sufrieran los denominados “síntomas de hospitalismo”, un trastorno frecuente que se caracteriza por apatía, indiferencia hacia el entorno y las relaciones interpersonales, tristeza y desarrollo psicomotriz y cognitivo deficientes. Los estudios de Pikler la llevaron a elaborar un sistema pedagógico novedoso, que podríamos describir en dos puntos:

  • Permitir el movimiento libre del infante; el adulto no interviene en el desarrollo psicomotor del bebé, a la vez que crea un espacio físico seguro en el que el niño/a puede usar todo su potencial de manera segura. El adulto siempre está presente para acompañar y atender, pero sin inmiscuirse.
  • Establecer un vínculo con el adulto que aporte al bebé seguridad, tranquilidad y confianza. Este vínculo se crea a través de los cuidados diarios (higiene, sueño y alimentación) y en la manera en la que los adultos se comunican con los niños.

Un/a niño/a criado en el movimiento libre tiene una evolución distinta a la de un bebé al que se ha colocado en una determinada posición. Inicialmente se lo colocará siempre boca arriba, ya que es como más relajado se encuentra, y de ahí se originarán el resto de sus movimientos. Pikler observó que se producía la siguiente secuencia de movimientos (a grandes rasgos):
de tumbado boca arriba a girarse sobre la barriga, y rodar.

  • Desde reptar a gatear.
  • De gatear a sentarse.
  • De sentarse a ponerse de pie.
  • De ponerse en pie sin agarrarse a caminar.

Como seguramente te habrás dado cuenta, el orden de la secuencia de Pikler es diferente a lo que estamos acostumbrados a ver, ya que habitualmente se tiende a sentar a los bebés que aún no gatean, o se pone a los bebés bocabajo para incitarlos a aprender a girarse. Muchas veces no nos damos cuenta, pero colocar al bebé en una posición a la que todavía no llega por cuenta propia significa inmovilizarlo/a, ya que no va a saber salir de ahí por sus propios medios.

Asimismo, el nivel de actividad entre unos y otros es notablemente diferente: los niños que han aprendido a moverse libremente también han aprendido a explorar de la misma manera; por este mismo motivo será necesario que adaptemos el entorno a ellos, y no al revés.

¿Cómo desarrollar la autonomía de los bebés?

Como hemos comentado al principio, el movimiento libre va de la mano de la “actividad autónoma” hasta el punto que no se puede entender el uno sin la otra. A veces es difícil entender qué se espera de nosotros como padres y madres al querer que nuestro bebé crezca adquiriendo autonomía. Para ello es importante que le demos a nuestros hijos confianza, tiempo y espacio para desarrollarse, a la vez que les dejamos decidir en qué momentos precisan nuestra ayuda (pidiéndola por su cuenta, sin anticiparnos nosotros). Criar a nuestros hijos de esta manera no significa que los dejemos desatendidos; al contrario, la figura materna y/o paterna ha de significar acompañamiento, seguridad y tranquilidad.

¿Cómo impedimos los adultos este desarrollo de la autonomía?

Por ejemplo, los niños y niñas inmovilizados a través de una posición a la que no han llegado por sí mismos dependen de los cuidadores para salir de ella, reforzando la idea de que necesitan al adulto para realizar sus movimientos y posiblemente favoreciendo estados de irritabilidad y frustración. De la misma manera, si el niño es “corregido” constantemente (en su postura, en su manera de jugar…) inevitablemente perderá la confianza en su iniciativa y en su capacidad para tomar decisiones.

Al contrario de lo que puede parecer a simple vista, los adultos desempeñamos un rol fundamental en los estudios de Pikler. En nuestras manos está el tener confianza (y demostrarlo mediante la no-intervención) en la capacidad y autonomía de nuestros hijos para moverse y relacionarse con el mundo que les rodea. Podemos acompañarlos a través de nuestra mera presencia, las palabras, una mirada o incluso cogiendo en brazos. No es un papel nada fácil, ya que resulta complicado estar atento pero no intervenir, o saber cuándo nuestro/a hijo/a necesita realmente nuestra ayuda y cuándo no; por ello, los adultos también debemos trabajar en la manera que concebimos el aprendizaje (que suele ser la manera en la que nos educaron a nosotros).

El papel del educador en la pedagogía de Pikler puede resumirse de la siguiente manera:

  • El adulto debe ser una figura de apego seguro, que debe estar siempre disponible para responder al/la niño/a (como ya hemos comentado, a través de sus palabras o gestos).
  • Respeta la capacidad autónoma del bebé.
  • Le explica al/la niño/a cualquier acción que vaya a realizar sobre él/ella: “te voy a cambiar el pijama”, “te voy a lavar las manos”.
  • El adulto no debe tener prisa. No le debe exigir al bebé. Tampoco establece sus posturas o movimientos, ni le dice como explorar o cómo jugar al/la niño/a.
  • No resuelve las situaciones ni busca soluciones por su hijo/a, a no ser que éste/a le pida ayuda.
  • El adulto organiza el espacio y los materiales para que favorezcan el libre movimiento y la actividad autónoma del/la niño/a.

En el siguiente artículo hablaremos sobre cómo los adultos podemos organizar el espacio y los materiales, y cómo podemos evitar usar juguetes que impiden el libre movimiento de nuestros pequeños.

Deja un comentario